sábado, 19 de abril de 2008

"Entre las Sombras"

Recojo una iniciativa de Dianna desde su blog, en el que me invita a continuar un relato que ella misma comenzó y que parece que gracias a la blogosfera esta tomando vida propia. Os dejo aquí los enlaces para empezar la historia:

"Entre las Sombras"

Capítulo 1: Confesiones
Capítulo 2: Prólogo
Capítulo 3: La Sed

A continuación, mi aportación. Se trata de dos capítulos en el que se relata el origen de la protagonista. Espero que os guste.


Capítulo 4: La Brisa


Hacían una extraña pareja. La altura, los gustos, las familias, las culturas, el camino. Casi todo los diferenciaba y unía con igual fuerza. Pero supongo que como en el resto de parejas.

Se habían conocido un par de años atrás durante unas vacaciones. Quizá sean las vistas del hotel, los acantilados o la brisa. Pero unida a esa primera sensación al recordar, siempre tienen la imagen de la otra persona. Y la sensación de un primer beso.

Malicia siempre bromeaba con él y le hacía rabiar recordándole lo patoso que fue en aquella primera cita. Como ni siquiera fue a buscarla al recibidor y lo que tardó en ir a buscarla a la habitación después de haberse despedido 3 veces. Él siempre le respondía que fueron solo segundos los que tardo en reaccionar.

Esa semana tenían planeado escaparse. Malicia tenía que viajar a París por motivos de trabajo. Nada serio, un par de días, pero aprovecharían para disfrutar del otoño en esas calles durante toda una semana. La casualidad quiso que un escalón se rompiera justo cuando él bajaba a desayunar. Y el tobillo dislocado, la muleta y el chichón, no le dejaron más remedio que cancelar su billete y quedarse en casa justo el día antes. Ella volvía a hacerle sonreír enseñándole el escote provocativamente y diciéndole que no tendría más remedio que sortearlo a algún francés. Quizá le trajera una tacita de la Torre Eiffel de regalo.

Durante dos días, trabajo sin descanso y los dos siguientes, disfruto del embrujo de la ciudad. Habían decidido que era una tontería desperdiciar el gasto que ya habían hecho. Malicia era reticente al principio, pero él la convenció para que se quedase. Visitó museos, catedrales y barrios. Lo que más le gustó fue sentarse en las terrazas y disfrutar de los últimos días de sol que regalaba el año. El aire bohemio le favorecía. Quizá fue por la vista de Montmartre o el delicioso champagne, el caso es que, una vez más, el perfume de París la embriago y esa tarde decidió pasear hasta el hotel. Hasta que se perdió. Llegó a una zona casi desierta cuando la noche empezó a cerrarse. Preguntó un par de veces pero nadie parecía conocer el camino. No estaba preocupada y le pareció incluso romántico. Perdida en la ciudad del amor. Alguna aventura encontraría. Decidió divertirse un poco, así que entró en una pequeña discoteca y bailó durante un par de horas. Cuando se dio cuenta se había hecho demasiado tarde, el metro había cerrado y no podía recordar la dirección ni el nombre del hotel. Y aún así, todavía no la abandonaba la sonrisa.

En ese momento un sentimiento de nostalgia la invadió. Miró su reloj y aún sabiendo que a esas horas, él estaría dormido, no pudo resistirse a llamarlo. Esa voz ronca y traviesa que la despertaba todos los domingos apareció al otro lado del teléfono. No hablaron más de 5 minutos. Él se asusto un poco y le pidió por favor que buscará cualquier hotel cercano y se acostara. Ella le hizo una pequeña burla a la que sabía que no podría resistirse y luego se recompuso para poder decirle te quiero lo más sinceramente que el alcohol la dejara recordar. Al colgar y levantar la vista, vislumbró al otro lado de la calle un pequeño cartel bajo la luz de dos farolillos: “Hostel Onibleu”.

Al llamar al timbre, le recorrió un escalofrío, pero no lo tuvo en cuenta. El viento se había despertado durante los últimos días y ahora solo jugueteaba un poco. La puerta la abrió un hombre con ojos claros, sonrisa encantadora y una preciosa melena. Era alto y realmente guapo. Tenía esa seguridad en la mirada que hace que no quieras que se vaya nunca. El hombre le dio las buenas noches y le explicó que simplemente era un huésped. Se iba de fiesta justo en ese momento. Le dijo que pasara y esperara al posadero. Le acababa de avisar y estaría apunto de llegar.

Tras cerrarse la puerta, Malicia miró la habitación que servía de recepción. En ese momento no tenía demasiadas fuerzas así que se sentó en el sillón de la esquina y se quedó mirando fijamente la chimenea al otro lado de la sala. Cinco minutos más y se habría quedado dormida del todo. Pero entonces un hombre le tocó el cuello y la sacó de su somnolencia. Su cara era completamente blanca, sus ojos negros y sus manos frías. Se presentó con el nombre de Albino y la invitó a ponerse cómoda.


Capítulo 5: La Búsqueda



Quizá fuera el dolor de la pérdida, la impaciencia o el tesón que puso en ello, pero el caso es que el tobillo no se recuperó nunca. Para él era como una estúpida predicción, y solo sanaría cuando se volviera a reunir con ella. Pero después de aquella última llamada, el tobillo no había dejado de dolerle.

Al principio la policía le dijo que no podían ayudarle. Incluso le insinuaron que se habría largado con otro. Y él pensó que ojalá fuera así. Cuando la familia de Malicia intervino, entonces empezaron a tomar cartas en el asunto. Pero durante meses la búsqueda no dio resultados. La pista se perdía en el hotel. Y después, nadie parecía recordarla. Era un turista más entre las cientos de miles de caras que vagan por los barrios parisinos. Y él, un caso más entre los cientos que ven cada día.

A las pocas semanas se fue hasta allí. Y comenzó su propia investigación. Reconstruyó los pasos de Malicia, los recorridos que había estado siguiendo. Nada que no hubiera hecho ya la policía. Pero tenía que intentarlo. Visitó El Louvre, Orsay y La Ópera. Paseo por los Campos Eliseos, por el barrio de los pintores, por el barrio latino e incluso llegó a preguntar en las catacumbas. Cada día se acercaba a Notredame a rezar. Estuvo revisando durante dos días cada una de las lápidas del cementerio de Pere-Lachaise. La locura se estaba apoderando de él y se ataba a cualquier cabo suelto, cualquier clavo ardiendo que le diera un soplo de esperanza o algo que hacer al día siguiente. Al cabo de tres meses desistió y volvió a su destrozado hogar. Y durante un par de años deambuló de comisaría en comisaría, cada vez con menor frecuencia, buscando un hombro donde apoyarse.

La vida se tranquilizó sobre un lecho de brasas encendidas. Y no podía soportar más las miradas de condolencia. Así que se trasladó a París a vivir. Se estableció en un pequeño ático y comenzó a trabajar en un bar en la esquina de su apartamento. Con su sueldo y las propinas, pagaba la habitación. Pero no tenía para nada más. Trabaja 6 días a la semana, en los que comía en cualquier descanso del trabajo, pero normalmente en su día libre, se pasaba las horas muertas paseando sin acordarse de que el apetito estaba en su estomago y no en su cabeza. Los meses no le hicieron cambiar de parecer. Y con el tiempo fue conociendo cada esquina y cada escalón de aquella maldita ciudad.

Fue un domingo a medianoche, casi en el noveno aniversario de su tobillo, cuando camino de casa tropezó con un mendigo en un oscuro callejón. Estaba masticando lo que le pareció un trozo de pan mohoso. La peste que emanaba era insoportable hasta que se dio cuenta que no era su culpa. A su alrededor, el cadáver de 3 perros no dejaba aire al que aferrarse. Justo cuando iba a pasar de largo, sus miradas se cruzaron. Tenía los ojos claros y una mirada de las que te sientan sin media palabra. Pero el resto de su aspecto era deplorable. Los pelos se le caían entre el cuello y la capucha, el cuello estaba esquelético y las manos parecían muy débiles. Comenzó a toser y él le alcanzó un pañuelo. Un esputo de sangre salió de la boca del mendigo. El frío de la noche no podría sino empeorar su estado, así que pensó que no era buena idea dejarlo allí. Él le preguntó si estaba bien y se ofreció a acompañarlo hasta un hospital. Le tendió su mano y le ayudó a levantarse. En ese momento la capucha se deslizó hacia atrás, la manta que lo envolvía voló hacía los lados y el mendigo quedó de pie luciendo un traje viejo, roto y arrugado. Faltaban botones de la chaqueta y el pantalón estaba quemado por varias partes.

Cuando Pitxi volvió a fijar la vista en la cara del mendigo, solo encontró vitalidad en su mirada y dos colmillos en su sonrisa. A partir de entonces, solo un crujido en el cuello, un día borrado de su memoria, un jefe al que servir y una nueva búsqueda. Todavía le dolía el tobillo.

7 comentarios:

Silvia_D dijo...

Me encanta tu relato, te quedó genial y viene al pelo para explicar todo el resto de capítulos.
Besos^^

Argan dijo...

Muchas gracias Dianna. En el fondo, casi todas los buenos relatos de terror, son malogradas historias de amor. Un placer participar.

Besos!

HumP dijo...

Me ha parecido un inicio estupendo, increible, me engancho..
felicidades.

Un abrazo
Humphrey

Mara dijo...

Que idea tan original! lo mismo al final se podría publicar y todo si no queda mal :) geniales tus capitulos argan :) Muchos besitos

Silvia dijo...

Ya tenemos otro capítulo , besossssss^^

Anónimo dijo...

te ha quedado muy interesante, hace tiempo participe en post conjuntos, tamb era una historia que se continuaba..
bessos

Argan dijo...

Muchas gracias Humphrey. Tiene buena pinta como siguen los capitulos 6 y 7. Un abrazo.

Vamos paso por paso mara. Pero si es así, descuida que daremos el aviso!

Yaves, que tal acabó?? Tienes el enlace para echarle un vistazo?