viernes, 18 de noviembre de 2016

La línea de amarillo

Verde ha vuelto a salir de la habitación. Rojo vuelve a empujar. Pero no sabe si lo esta haciendo bien y yo no atino a inventarme más palabras bonitas. Cuando Verde vuelve y nos repite como debe empujar, copio cada expresión de animo, cada intervalo de tiempo y los memorizo por si nos vuelve a dejar solos. No podemos permitirnos bajar de nuestra línea de amarillo. Pero en los últimos minutos, Verde sabe que no vamos a ir más allá por ese camino y que debe ir incluyendo otros matices en nuestro futuro inmediato. En primer lugar, descarta el plan negro, en el cual yo desaparezco de la habitación y Rojo tendría que enfrentarse sola al resto de minutos. Eso nos deja otra vez sobre la línea de amarillo. Pero Verde no da más tregua. Vuelve a salir y cuando regresa, ya estamos en mitad del tobogán. Verde se acompaña de dos Azules mascarados. En sus ásperas miradas, vemos bien visible su experiencia engañando, pero lo hacen bien, y nos dejamos embaucar. Rojo y yo llevamos 15 horas manteniendo la línea de amarillo y no flaquearemos a estas alturas. Rojo sigue tirando de mi, en cada comentario, cada respiración, en cada pujo. A mis ojos, es una persona nueva. Y todavía no hemos acabado.

Cuatro azules mascarados más vuelven a entrar. Hablan entre ellos, examinan la situación y hacen avisar a Blanco, el cual con su gorrito y sus jeringas, hace su trabajo, pregunta con discreción a Rojo si le duele y luego se va. A nadie se le escapa un mal gesto que alerte de la gravedad de esos minutos. Más palabras bonitas para decirle que van a ayudarla. Que no tienen más remedio.

Elevan la cama para dar comienzo al espectáculo de Rojo. Después colocan dos soportes, dos cubiertas, dos banquetas, una cortina y una luz blanca. Mientras preparan el aparatejo de nombre horrible, Verde la anima a intentarlo por última vez. Tomo su hombro, sus manos en los estribos. Empuja. No va más, pero la bola no sale. Mascarados dicen que tienen que proceder. Y entonces, desde detrás de la cortina que corta a Rojo por la mitad, aparece el frío metal. Primero uno, milimétricamente encajado. Fría y dolorosa presión de ayuda. Después el otro. Sabe Dios donde debía encajar ese. Luego llegan las tijeras, del plato a la cortina. Y Rojo en su línea de amarillo, sin bajarse del burro, todavía radiando y haciéndose fuerte. Y yo con la boca abierta, sin saber quién es el extraordinario color que tengo junto a mí. El metal se mueve, y no se oyen más palabras bonitas. Solo un empuja. Empuja. Y un vuelve a empujar.

Por primera vez, aparto mi exclamación de Rojo para hacerla cruzar la cortina. Y entre verdes, mascarados, blanco, el metal, las tijeras y la luz blanca, solo puedo fijarme en el nuevo color que asoma. Me quedo alucinado, petrificado, extasiado. No imaginaba un color tan brillante. Rojo me mira y sonríe, pensando en que nuestra línea de amarillo, de la que no quiere bajarse, acaba de aumentar el listón con solo ver mi cara. Yo no estoy ahí, estoy detrás de la cortina, viendo a mascarados girar los hombros, tirar y traer frente a la luz a un color nuevo. Su espalda es gigante y esta llena de grasa anaranjada, pero nada más girarlo, su verdadero color despierta nuestros sentidos. Un cuerpo violeta. Inmóvil, conectado y todavía incrédulo, sobrevuela la cortina para recaer en el pecho de Rojo. Bordeamos de nuevo el acantilado de nuestra línea de amarillo. El cuerpo violeta no se mueve. Desde su posición tumbada, Rojo no atina a verlo completamente. Yo solo puedo comerme el aire de la habitación y aguantarlo en mis tripas. Por lo que pueda pasar en los próximos segundos. El cuerpo violeta de repente canta un espasmo. Y grita. Los ojos de Rojo se vuelven azules. El cuerpo violeta se tiñe de rosa. Mi pecho se torna amarillo. Y desde ese instante, los colores de la habitación ya no parecen tener importancia.

lunes, 3 de octubre de 2016

Poemplinas II

Dime que lo estoy haciendo bien...

Que mi voz no es un grito, no es un susurro, que no es tu excusa.

Que mis oídos no oyen nudillos, no están oxidados, que tienen tus latidos.

Que mis ojos no son huecos, que no son negros, que ven tus anhelos.

Que mis acciones no te aplastan, que me pisarás sin dudarlo… que nuestro abrazo es sólo nuestro.


Dime que lo estoy haciendo bien.


jueves, 29 de septiembre de 2016

Poemplinas I


Que pena de tiempo... donde dejas que las cosas duelan.

Que tarde perdida... si no la dedicas a curar heridas.

Que noche de insomnio... cuando los miedos son las lámparas.

Que tristeza de cara en el espejo... si no soy capaz de mirarla.

Que mal por mi... que bien por Robert Johnson.

Que haces... que no reaccionas.

Que ganas... que no juegas.

Que dices... que no dices.

Que respiras... que te esta quitando el aire.

Que vives... a base de pisadas podridas.


viernes, 17 de junio de 2016

Apocalipsis



Es extraño ver tanta luz resaltando en mitad de uno de los días más soleados de la primavera. Como una estrella fugada de la penumbra de la madrugada, aquel pequeño circulo relampagueante apareció en el cielo casi de la nada, pero al contrario de lo que todos dábamos por hecho, no se perdió con las nubes. El aro de color verde siguió aumentando su intensidad y empezó a acompañarlo una estela en forma de dos rayas rojas que marcaban su trayectoria. Su permanencia en lo alto del horizonte a medida que pasaban los minutos, no dejaba dudas sobre que algo extraordinario se acercaba. 

Una vez asimilado que había llegado para quedarse, las noticias en todos los medios empezaron a aumentar en número, intensidad y demagogia. Los especialistas aparecieron en cada tertulia para dar su única y verdadera opinión. Las masas respondían a los micrófonos cual expertos en el tema. Los consejos empezaron a volar a mi alrededor, incrementando el sonido ambiente, el ruido de la calle, borrando la quietud de mis días hasta casi dejarme sordo. Las proclamas eran claras. Las advertencias, ineludibles. La vida, tal como la conocía, iba a desaparecer. Y todo a mi alrededor, en una mezcla de excitación que oculta el terror, parecía saberlo a ciencia cierta. A pesar de mi escepticismo.

Las horas fueron pasando. Las carreras, las prisas, los aprovisionamientos. El mundo sabía exactamente como debía reaccionar en una situación así. Pero nadie parecía acertar del todo. Porque la verdad es que las horas se convirtieron en días, los días en semanas y las semanas en meses. Aquel aro encontró un tamaño estable, una luz sostenible y se mantuvo en su sendero durante largo tiempo. Nada de eso cambió las reacciones en la sociedad. Sin embargo… a mi me dio paz.

La primera mañana de verano salí a pasear a un enorme parque a las afueras de la ciudad. Casi como en un precioso encuadre de alguna antigua película en blanco y negro, terminé la caminata en un rocoso montículo coronado por un viejo árbol y un banco abrigado por su sombra. Me senté a contemplar la luz verde. Desde su aparición, cada hora del día simulaba un eterno amanecer.

Sin duda, resultaba extraño. Estaba a la vuelta de la esquina. Debería hacer caso a todos, saber que no había escapatoria. Aquella anomalía en nuestras vidas, traía la destrucción a raudales. Alertaba mis miedos para que estuvieran en guardia. Y sin embargo, los días pasaban con pasmosa tranquilidad y rutina. Como ajenos a todo aquello. Mi cuerpo no era consciente. Mi mente no era consciente. Mi corazón apenas lo era en ese instante.  A pesar de saber a ciencia cierta que era inevitable. Quería sentir. Tan solo que no podía. Estaba demasiado lejos. Pero tenía fe en él.

En estos días, ando cuando todos corren. Callo cuando todos gritan. Y abro los ojos cuando todos se cubren. Sé que el momento de sentir llegará. Sea miedo, alegría, pánico o felicidad. Cuando deba de activarse, mi piel me lo dirá. Pero por ahora, la fascinación por ese aro no lo es todo. Todavía no ha movido ni un ápice de mis rutinas. De mi comportamiento. De mi amor.


Me siento como un bicho raro en medio de este parque.


lunes, 21 de marzo de 2016

El último gramo de sal



Hay un algo especial en los días soleados.

La luz grabada en las retinas. El aroma preso en la memoria. El tacto intensificado de los ojos cerrados. El ruido silenciado de la calma. El último gramo de sal en la yema de los dedos.

Pero hay que querer verlos. Olerlos. Tocarlos. Escucharlos. Saborearlos. Porque si no… pasan de largo cual días tristes.

No me andaré por las ramas. Lo que quiero decir es que a la vida hay que sonreírle. Hay que verle el lado bueno. Hay que forzarse a ser positivo. Por no dejar que las excusas, los miedos y lo negativo invadan nuestros días y se apoderen de todo. Citando, recuerdo que la belleza está en los ojos del que mira. Pero se aplica igual a este panfleto. A golpe de tópicos se construye una forma sana de vivir… consciente de las deficiencias del camino, pero que a pesar de ello, alienta las ganas de transitarlo ilusionado hasta el final.

No sé en qué punto grabé a fuego esa constante en mis días...
quizá fue mi familia… mis padres y mis hermanas… 
quizá fue mi entorno… Cádiz y su forma de entender la vida… 
quizá fuera la compañía… infinitud de amigos que se han quedado a mi lado… 
quizá fue el amor… las cicatrices que marcamos y hoy disfruto...
quizá haya sido innato… así es la naturaleza… 

Yo pretendo despertar sonrisas. Querer ser feliz a pesar de todo. La vida debería ser eso. Pero a veces ella no lo sabe… o se olvida. Y hay que convencerla. Hay que hacer esfuerzos para hacérselo ver. Y yo solo sé una manera de hacerlo. Y es decirlo.

En mi día a día, yo marco mi actitud. Mi actitud marca quién soy yo… mi yo marca mi área de influencia… y mi área de influencia… me marca a mí. Indefectiblemente. Es un círculo… del cual yo soy parte responsable. Muy responsable. Y más sabiendo que este círculo empieza a crear ondas cual piedras en el lago… afectando la vida de los que me rodean, incluso algunos a los que ni siquiera conozco, pero con mayor impacto en los que tengo a mi vera, los que más quiero.

La ingenuidad en temas de alegría y felicidad está muy mal vista por un cinismo casi institucional, mediático… globalizado, el cual no encaja con el tiempo que tenemos. Y mucho menos pensando que el tiempo es una de esas variables que jamás controlaremos. Por eso es importante ser consciente de la calidad de nuestras horas.

No infravaloro, nunca. No ignoro la gravedad. Pero relativizar siempre es importante. Me ayuda a no bloquearme. A tomar un paso atrás para ver con perspectiva que es lo que en un momento dado, está poniendo trabas a mi objetivo.

Guardar el lado negativo, la queja, no me da soluciones. Ingenuamente siempre suspiro antes de preguntar; ¿y qué podemos hacer?. Ingenuamente siempre busco un desafortunado chiste que desdramatice cualquier situación. Porque es difícil sobreponerse cuando la oscuridad es abrumadora. Y siempre es más fácil con ayuda.

Pero nosotros damos el último paso. El que quiere ver. El que busca luz. El que sueña despierto. La felicidad es una obligación. Una que podemos contagiar en cualquier momento. Un convencimiento al abrir los ojos. Una satisfacción al cerrarlos. Una lucha diaria, constante, infatigable. Este mundo no necesita más rendiciones injustas.

Y ahora, dejadme aportar algo más…

Hay un algo especial en los días de lluvia.