jueves, 21 de febrero de 2008

Vida de Maite (Parte II)

Continuación del relato comenzado aquí.

Época del Columpio.

Los primeros meses en París fueron duros. Aunque había llegado con dos amigos a los que quería mucho e iba a vivir con ellos, la distancia con su profesor de violín, quien tantas atenciones le había prodigado, la hacían sentir desolada. No fue hasta el mes de diciembre que conoció a Cèdric. Este fue un momento clave para ella, al pensar que había encontrado por fin el tipo de amor que siempre había imaginado. Si bien la historia no terminó como ella quería, el resultado fue su subida repentina al mundo del estrellato.

Cèdric era un hombre sensible, atento y que gustaba de satisfacer todos los deseos de Maite. A pesar de las excentricidades que el amante francés pudiera tener, ella se sentía feliz y miraba para otro lado ante sus curiosas costumbres. En concreto, el hecho de llevarle el desayuno a la cama todas las mañanas era algo que ella adoraba, aunque tuviera que pasar por alto que él lo hacía bailando el can-can y usando medias de rejilla y liguero. La catástrofe llegó cuando la disputa sobre quién era el dueño de las medias y el liguero llegó a los tribunales. Cèdric se quedó con la lencería, pero Maite se quedó con la inspiración para la obra que la hizo despegar: “Sinfonía para cuarteto de cuerda y un Té verde, con dos sobres de azúcar, por favor.” Así se presentó al Mundo. Y el Mundo le dio dos besos y le preguntó si trabajaba o estudiaba.

El modo en que su nombre empezó a ser conocido a escala mundial fue tal vez demasiado rápido, de vértigo y sin avisar ni siquiera con una llamada de teléfono. De la noche a la mañana pasó de ser una persona anónima a tocar ante celebridades, jefes de estado, políticos, apicultores, vendedores de bolitas de alcanfor o actores de Hollywood tales como Adrian Brody, para el cual actuó en su cumpleaños y sorteo con gran diplomacia el suceso sobre la confusión entre sí llevaba un gorrito de cumpleaños en la cara o era su nariz.

Aun así, Maite seguía siendo una persona sencilla, que disfrutaba de los placeres de la vida como cualquier otro mortal y en especial los disfrutaba con su nuevo amor, Ariel Halevi Goldman, un joven rabino ortodoxo de origen húngaro o polaco (el nunca encontró sus orígenes desde que se los dejo olvidados en un bar), con el cual se fue a vivir a una casa de campo en lo alto de la torre Eiffel.

Al principio la relación era todo lo que ella podía desear pero tras varios años de romance el encanto se rompió. Durante el tiempo que duró la relación ella supo convivir con el problema de que su pareja estuviera ocho horas al día metido en el baño, rizándose el pelo para tener unos tirabuzones de los que se sentía orgulloso como buen rabí que era, pero al descubrir que su amado Ariel no pasaba las horas rizándose el pelo se sintió traicionada. Una fatídica mañana pudo comprobar que realmente lo que hacía era confeccionar barcos de papel usando las páginas de “Le Monde Diplomatique”. Es más, ni siquiera era un autentico rabino judío de origen incierto, se trataba de un modernito madrileño despistado con su orientación religiosa y que respondía al nombre de Javier Galdós.

La desesperación por sentirse engañada llevo a Maite a coger uno de los barquitos de papel y descender el Sena en él, para luego continuar su viaje y llegar Finlandia. De estos días convulsos nos quedan obras inmortales como “Sinfonía o con fonía” o “Concierto para violín nº 4/7”, las cuales tratan principalmente sobre la problemática que supone hacer un sándwich de atún sin que gotee el aceite.

La Época Blanca. La más difícil de quitar las manchas.

La época blanca se caracteriza por el color propio de las nieves finlandesas, el nuevo hogar de la Gran Violinista, de un blanco claro, diferente al de la nieve de otros sitios que más bien es un color verdoso tirando a morado. En su última época antes de abandonarnos nos deleito con obras inigualables como “Concierto para violín sin cuerdas nº78” y “Obertura inacabada, llama al cerrajero.” En estas obras la artista se centró en investigar desde la óptica musical el dilema ancestral e inherente a toda persona residente en el extrarradio, que aparece cuando se ha de decidir si quiere postre o café al terminar la comida.

Aunque Maite ya era una artista consagrada los inicios de su nueva vida en Finlandia fueron difíciles. Si bien el trabajo no paraba, las sinfonías parecían escribirse solas, los conciertos que daba cosechaban un éxito tras otro, a nivel sentimental su vida no era lo que ella esperaba. No le faltaban hombres, no le faltaba amor, pero seguía sin ser lo que ella esperaba. Realmente nunca se pudo saber que era lo que esperaba, pero ella siempre dijo que llegaría a las 17:45 y que seguía insistiendo porque le había mandado un mensaje al móvil diciendo que aun le faltaba un rato para llegar.

Sea como sea, fue este el momento cuando en plena madurez profesional, a los 35 años, estando en su momento más álgido, nos abandono de un modo que conmocionó a toda la humanidad. Una triste noche de abril se despidió de nosotros con unas enigmáticas palabras: “Me voy a mi casa, que me esperan para cenar.”

Tal vez no sepamos nunca que quiso decir con esa frase, pero si hay algo de lo que podemos estar seguros es que esa noche su madre le sirvió una ensalada de pollo. Desde entonces el mundo nunca ha vuelto a ser igual.

Escrito por Miguel Pérez
¡Muchísimas gracias, Miguelón!

3 comentarios:

Belén dijo...

Mis felicitaciones a tu amigo :) en serio!

Besosss

Amarcord dijo...

descanse en paz. Pero ¿Ensalada de pollo para su última cena?? Señor autor, debería haber sido usted un poco más generoso con la deliciosa Maite!!
Mordiscos, brujilla

Argan dijo...

belén, se las haré llegar de tu parte, un beso.

amarcord, aquí no se ponen en duda las decisiones del autor... si el estimo conveniente que esa última noche Maite no se merecía más que una ensaladita de pollo y y y... pues eso es lo que se merecía. Y sin postre!!!
Un saludo!