martes, 27 de julio de 2010

Abriendo frascos



Tengo cantidad de frascos de amor guardados a mi alrededor. Supongo que lo fácil es romperlos todos el mismo día de la consiguiente decepción. O meterlos en cajas y olvidarlos en el trastero. De vez en cuando, la inconsciente rutina hace que abra alguno y me sorprenda con lo que todavía guarda dentro. Es entonces cuando no tengo más remedio que vaciarlo y lavar el frasco. Incluso, a veces, cambiar la etiqueta.

¿Cuánto duran los ecos de una ruptura? ¿Cuánto se propagan en el tiempo las consecuencias? Quizá sea verdad que dos ondas se anulan mutuamente, pero nunca he sido una persona fácil a la hora de encariñarme. Y no quiero desaprovechar cualquier impulso que sea lo suficientemente fuerte como para dejarme hipnotizado durante un buen rato. Al fin y al cabo, todos merecemos nuestras propias ondas y que sean apreciadas en un día tranquilo y no siendo insignificantes en medio de una tormenta.

Están cayendo piedras a mi alrededor que me tienen descontrolado, descolocado, desubicado. Estoy sentado en un embarcadero con tantas ganas de tirarme al agua que me sorprende, sintiéndome yo el mismo gato que huía de la orilla en las playas. En resumidas cuentas, aquí solo hablo de unas horas de lo que están siendo estos meses. Hablo de apuntes dentro de una biblioteca. De una mueca en una conversación de horas. Pero tengo que hacer que mis mordiscos de realidad sean significativos. Que despierten mi curiosidad. La que de forma aletargada no me dejaba escribir.

Para que no me importe tanto romper algunos frascos a la vez. O darme un remojón de vez en cuando. O arriesgarme a que una onda pueda provocar música tan fuerte que tenga que comprar frascos nuevos.

No hay comentarios: