De joven, siempre la recuerdo saltando. No tenía más remedio. Era una chica cargada de energía, así que pocos problemas podía tener si algún día mostraba signos de cansancio. Lástima que la vida ande para todos al mismo ritmo. Porque ese carácter impetuoso a tu lado es lo que hace la vida más fácil.
Yo la conocí dos veces. La primera, en un instante sin presentaciones. Llegó, saludó y se fue. La segunda tampoco tuvo la forma habitual… digamos que se fue colando poco a poco en nuestra vida.
Aquellos días todo a nuestro alrededor eran torbellinos. La adolescencia no deja culos en su sitio. Es su propia naturaleza. Y ella estaba en todos lo berenjenales. Guiando mi vida por las clases más difíciles, las más divertidas.
Hubo un tiempo oscuro en el que llegué a empacharme. No fue una pelea lo que nos separó. Fueron distintos caminos. Ella siempre parecía tener un sexto sentido para verlos antes que nadie. De algo tenía que servir el haber leído tanto en su infancia.
Su carácter, su cuerpo, su corazón, experimentó durante unos años. Como en esas viejas historias de los 60, cuando los jóvenes se iban de casa, en su propia furgoneta, a vivir, drogarse, hacer el amor y no la guerra… Esos viajes vitales que de alguna forma moldean, forjan sin que nosotros notemos nada más que una resaca monumental y un profundo cansancio. Para ella fue Cádiz. París. Madrid. Y todos los lugares que quisieron entrar en el juego. Cada persona que pudo entrar a la partida se llevó su trozo. Y yo siempre me he preguntado cuanto de cada uno se quedó en ella. No es alguien de quien puedas escapar de vacío.
Recuerdo una joven mujer llena de preocupaciones paseando por la playa. Por la orilla. Siempre sola. A esas horas de la mañana, ninguno accedíamos a acompañarla. Hubo meses de valle tras valle. Sin encontrar colinas en las que respirar. Todos tenemos esas rachas. Un día saltó una chispa y me di cuenta que no sonreía. Que hacía algunos meses que no veía una sonrisa debajo de aquellos preciosos ojos. Las cargas de los adultos no se ven en su espalda, sino en su rostro.
Fue por aquellos días cuando me acordé de una promesa que le hice cuando estábamos juntos. Y busqué por todos sitios un pequeño baby. Azul por supuesto. El día que se lo regalé volvió a saltar como en aquellas tardes de campo, de fiesta. Feliz. Como yo la recordaba.
Y aunque yo pudiera arrancarle alguna sonrisa de vez en cuando, aunque yo fuera capaz durante esos años de que se pusiera contenta durante breves momentos, nunca la he visto sonreír y sentirse tan feliz como el día que tu naciste y te cogió en brazos por primera vez. Paso por todas sus etapas en un instante. Y fue niña, joven y mujer a la vez.
Por eso el baby que hoy llevas por primera vez es tan importante para mama. No porque se lo regalara yo... sino porque lo llevas tú. Corre a darle un beso. Y procura hacerla siempre feliz. Porque no solo es su salud, su bienestar, lo que mejorará, sino la de todos los que estemos alrededor.
Yo la conocí dos veces. La primera, en un instante sin presentaciones. Llegó, saludó y se fue. La segunda tampoco tuvo la forma habitual… digamos que se fue colando poco a poco en nuestra vida.
Aquellos días todo a nuestro alrededor eran torbellinos. La adolescencia no deja culos en su sitio. Es su propia naturaleza. Y ella estaba en todos lo berenjenales. Guiando mi vida por las clases más difíciles, las más divertidas.
Hubo un tiempo oscuro en el que llegué a empacharme. No fue una pelea lo que nos separó. Fueron distintos caminos. Ella siempre parecía tener un sexto sentido para verlos antes que nadie. De algo tenía que servir el haber leído tanto en su infancia.
Su carácter, su cuerpo, su corazón, experimentó durante unos años. Como en esas viejas historias de los 60, cuando los jóvenes se iban de casa, en su propia furgoneta, a vivir, drogarse, hacer el amor y no la guerra… Esos viajes vitales que de alguna forma moldean, forjan sin que nosotros notemos nada más que una resaca monumental y un profundo cansancio. Para ella fue Cádiz. París. Madrid. Y todos los lugares que quisieron entrar en el juego. Cada persona que pudo entrar a la partida se llevó su trozo. Y yo siempre me he preguntado cuanto de cada uno se quedó en ella. No es alguien de quien puedas escapar de vacío.
Recuerdo una joven mujer llena de preocupaciones paseando por la playa. Por la orilla. Siempre sola. A esas horas de la mañana, ninguno accedíamos a acompañarla. Hubo meses de valle tras valle. Sin encontrar colinas en las que respirar. Todos tenemos esas rachas. Un día saltó una chispa y me di cuenta que no sonreía. Que hacía algunos meses que no veía una sonrisa debajo de aquellos preciosos ojos. Las cargas de los adultos no se ven en su espalda, sino en su rostro.
Fue por aquellos días cuando me acordé de una promesa que le hice cuando estábamos juntos. Y busqué por todos sitios un pequeño baby. Azul por supuesto. El día que se lo regalé volvió a saltar como en aquellas tardes de campo, de fiesta. Feliz. Como yo la recordaba.
Y aunque yo pudiera arrancarle alguna sonrisa de vez en cuando, aunque yo fuera capaz durante esos años de que se pusiera contenta durante breves momentos, nunca la he visto sonreír y sentirse tan feliz como el día que tu naciste y te cogió en brazos por primera vez. Paso por todas sus etapas en un instante. Y fue niña, joven y mujer a la vez.
Por eso el baby que hoy llevas por primera vez es tan importante para mama. No porque se lo regalara yo... sino porque lo llevas tú. Corre a darle un beso. Y procura hacerla siempre feliz. Porque no solo es su salud, su bienestar, lo que mejorará, sino la de todos los que estemos alrededor.
Para Chio
6 comentarios:
Precioso, niño, cuanto sentimiento has plasmado con tus letras :)
Besos y buen finde
Es un homenaje precioso. Me ha emocionado.
Un abrazo, paisano.
jo, qué bonito.
:_)
lo leí hace muchos días y me encantó, solo que no podía comentar, se me colgaba el firefox..por fin puedo, lo que no esntendí es de quien hablas, pero bueno, bonito es.
bessos
Besos y deseo que todo te esté marchando bien :)
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