lunes, 13 de diciembre de 2010

Sotiel

Existe un lugar en Huelva llamado Sotiel Coronada donde la carretera apenas suspira al atravesarlo de lado a lado. Hay frente al centro cultural donde tantas veces jugué al bingo, un singular porche que hace de preámbulo a una casa, escenario de mil y uno de mis recuerdos de infancia. Un pequeño salón deja a la izquierda una escalera de 4 peldaños que desemboca en una fría habitación donde mi familia ha dormido tantos días de verano como de invierno. Todos juntos, en apenas dos camas, con una pequeña ventana que dejaba entrar el olor del monte y la naturaleza que escama la zona. Mi madre se inventó el masaje de ojos en una de esas camas para aliviarme cuando estaba enfermo. Anexa al primer salón, hay otra pequeña estancia, presidida por una mesa redonda y una gran chimenea. Allí se sentaba mi abuelo a contar batallas de su adolescencia. Decía que había sido trapecista, piloto, escalador… todo había ocurrido en aquella pequeña aldea. Yo por supuesto dudaba de cada historia, pero era incapaz de separar la sonrisa de orgullo de mi cara. Aquella chimenea tenía olor a castañas asadas en barro. Y la imagen de brasas rojas tostando pan para desayunar. La mesa llena de tazas de café, la mantequilla, los cubiertos y el cuenco de fruta. Mi familia entraba y salía de aquellas 4 paredes, voz en grito, sentándose a desayunar y riendo y gritando para que el resto se levantara. La puchera, los cremas de huevo, el aguardiente. La cocina escondida tras el patio era un hervidero que nunca estaba tranquilo. Los días se hacían tan cortos... Recuerdo aquella mesa con botellas y mantas alrededor. Y una mano de cartas. Mil veces estuve en verano y no puedo dejar de pensar que siempre había brasas en la chimenea. Es un sentimiento reconfortante el saber que el olor de pan tostado aviva todos esos recuerdos… me hace saber que están todos ahí.

Hay fuegos que se dejan apagar. Hay restos que debemos soplar para que sigan brotando. A veces no puedo elegir cual de ellos va a perdurar. Con Sotiel, sería ir contranatura. Y mi abuelo no me lo perdonaría. En otras ocasiones debo recurrir al cubo de agua y crear humo negro que solo va a ensuciar las paredes. Pero no puedo albergar todos los fuegos y arriesgarme a quemar mi casa.

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