domingo, 29 de agosto de 2010

Algunos grandes momentos del verano



Soy un loco de las listas. No puedo (ni quiero) remediarlo. Así que, para mí, un repaso del verano (y saltándome muchos días) es algo parecido a esto:

Sentarme en una butaca de cine mal colocada. Cual rey en su trono, si no llego a cambiarme, a día de hoy solo gritaría por acabar con el dolor de mi espalda.

Sufrir una tormenta a las 4 de la tarde en pleno agosto en medio de Castilla La mancha.

Recibir la bronca de una camarera en un comedor al ver que dejaba todo el plato: “¿Ya no comes más? Pues tu estás en edad de crecer”.

Disfrutar de la comprensión de otro camarero que al explicarle que no podíamos comer más pizza por la resaca contestó: “No me digas más. ¿Os la pongo para llevar?”

Reparar un lunes en que después de toda una semana de fiesta, se puede sufrir síndrome de abstinencia.

Organizar un sábado por la noche una salida a un concierto para todos mis amigos… en Cádiz… desde Madrid… y sin posibilidad de ir.

Recuperar la palabra “pedufli”.

Hacer un botellón a las 5 de la tarde en la feria de málaga mientras invitaba a media plaza a tortilla del mercadona y acababa cantando Volaré junto a unos italianos con una guitarra de juguete.

Bañarme en el charco* y sobrevivir. *(piscinas naturales en el cauce de un río, rodeadas por inmensas piedras que parecen estar diciendo “ven, písame sin miedo, no seas tonto, que el musgo de mi superficie no es resbaladizo como los nativos del lugar intentan hacerte creer”).

Ser levantado a pulso por amigos y algunos desconocidos en una abarrotada plaza de málaga mientras hacía de Superman.

Aprender que “Palen… mola”

Ver con mis propios ojos “el toro de fuego”… o como perseguir el peligro.

Pasar un inolvidable fin de semana en Santander y (casi) acabar durmiendo en el coche.

Jugar al rosco de pasapalabra con pueblos de Andalucía y que una valenciana nos gane a un malagueño y a mí.

Estar en dos ferias y bailar dos tristes sevillanas. Eso sí, inventamos el duro-rueda alrededor de un barril… y vaya si fue efectivo.

Cenar sal con alitas de pollo.

Sufrir in situ una estampida humana a la salida de una discoteca y al grito de “esconderme que me matan”.

Descubrir mientras estoy bailando que la letra de la canción reza: “subete la falda que quiero verte el tanga, dale más parriba que yo quiero verte el… (sonidos guturales que riman con toto).

Ver a una güiri en pelotas salir de un baño.

Caminar 2,5 Km a las 8 de la mañana después de una noche de fiesta disfrutando del amanecer y de aire puro.

Quedarme dormido en un balcón.

El visionado de Toy Story 3.

Descubrir mi amor secreto por Dora la Exploradora y Patricio Estrella.

Liberar mi odio oculto (o no) por Macaco.

Idear una escala de sueño para medir cuan dormido llegamos a la oficina y promover una campaña para la erradicación de las coliflores.

Ver fuegos artificiales lanzados por un becario mientras en la playa de al lado estaba la misma versión manejada por profesionales.

Bromear con una amiga y su parecido acento al Esmirriao.

Entristecerme por 5 minutos y seguir adelante.

Asustarme en el momento en el que el recepcionista del camping, mientras buscaba nuestra reserva, dijo: “no quiero asustaros pero…”.

Quedar para tomar una horchata por la tarde y acabar haciendo una conga a las 4 de la mañana al son de la bilirrubina en un bar decorado con mosaicos de Lola flores.

Bañarme de noche en la playa.

Todos y cada uno de los discos nuevos que he descubierto.

Asistir de improvisto a una fiesta de la toga organizada en El Puerto.

Ser víctima de un secuestro en un intento por llevarme al camping a las afueras del pueblo utilizando un atajo. Perdidos en la inmensidad de la noche y por caminos sin señalización, con el coche en reserva y con un arsenal de alcohol como para 12 personas, mi único pensamiento era si no habría escondidos en el maletero una pala o un pico y si las jocosas amenazas de muerte de mis acompañantes no irían en serio.


martes, 24 de agosto de 2010

Sobre gustos


Me gustaría hablar de una de mis adicciones. Confesarme drogadicto. Contaros el porque de mis cabreos y mis sonrisas. De como todo gira en torno a ella. De lo que durante años pasó paulatinamente de ser una sospecha a un comportamiento más, y ahora se ha convertido en una opción irreemplazable al levantarme por las mañanas. Pero no sé por donde continuar...

Me gustaría hablar de lealtades. De las pocas que tengo y de lo poco que la palabra significa para mí. Porque solo entiendo la lealtad como algo ciego... y eso solo puedo concedérselo a contadas personas... Pero ya hoy he decidido lo poco que tenía que decidir sobre este tema... y no tengo más tiempo para seguir hablando de ello...

Me gustaría hablar de mi forma de correr. De como ya no me controlo. Y de que es cierta la espiral, la fuerza centrífuga que de un momento a otro se pierde, la ceguera en el fondo y la inmensa cantidad de luces en el techo y las paredes que hacen que al despertar todo se recuerde divertido. Pero tengo la esperanza de serenarme algún día y no quiero alentar más los vientos...

Me gustaría hablar de una idea. La que la película inculca en la mente de otros y expande como un virus. El arma más poderosa que pueda existir. Y hablaros de que esa idea ya está en mi cabeza desde hace tiempo. Pero ahora mismo está en estado latente y no quiero despertarla...

Me gustaría más coraje en los momentos injustos. Que me muestren valentía si me quieren hablar de sentimientos. Y menos tonterías si no se trata de ser felices. Me gustaría hablar como solo la adrenalina vacacional te lo permite hacer. Pero ese efecto no durará mucho más y tengo que aprovecharlo...

Me gustaría haber dejado antes de escribir... pero no puedo callarme cuando solo yo estoy oyendo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Diario de a bordo: Nueva York (Parte III)

Domingo 6 Junio: “El del bochorno”

Cuando a las 10 de la mañana nos levantamos risueños, nada hacía presagiar la debacle de día que se nos echaba encima. No nos lo hubiésemos creído ni aunque lo pusieran por escrito. Al salir por la puerta, el bochorno era patente. Justo junto al hostel, en la 2nd Av. había una pequeña feria llena de puestos de comida. Habían incluso cortado la calle. Sacio mi antojo de fruta con un gran vaso de sandía.

Llegamos en bus (una vez más… fan fan) hasta Chinatown. El olor, los carteles, el tráfico. Todo muy agobiante. Un poco lo que ya esperaba pero intensificando las malas sensaciones por el incesante calor. Al pasar a Little Italy, el panorama mejora. Todo el tráfico esta cortado y los restaurantes ocupan la calle con sus terrazas y sus atenciones hacia el turista. Aquí también hay una pequeña feria pero el panorama tampoco nos llama tanto la atención. Enseguida decidimos pasar al siguiente barrio (tras una paradita para repostar agua), en este caso, el Soho. Nos colamos en una inmensa tienda parecida al mercado de Fuencarral donde disfrutamos sobretodo del aire acondicionado. Andrés no quiere irse. El paseo por las calles del Soho también nos decepciona pero salvamos la visita a una galería de arte del fotógrafo Peter Lik. Aquí no es solo el aire acondicionado lo que disfrutamos, las fotos son alucinantes. Pasamos toda una odisea para encontrar un sitio barato donde comer y al final acabamos en un Subway pasando incluso frío.

Estamos derrotados y la hora de la siesta (la cual ya parece que no perdonamos) se esta acercando, así que nos vamos al hostal, no sin antes, equivocarnos de dirección y andar medía calle (lo que en NY no es moco de pavo) en dirección contraria. ¿Qué nos pasa!? Estamos acarajotados. Tras un rato descansando cogemos el metro para llegar hasta el Madison Square Garden, un precioso edificio de correos y saciar nuestra curiosidad por el museo que fichamos ayer. Ripley’s Believe it or not! cuesta 30$. Más impuestos. ¿Increíble? Créanlo. Primera broma. Dentro encontramos un cúmulo de chorradas mezcladas con anécdotas inmejorablemente presentadas pero más dignas de un túnel del terror o atracción de feria que de un museo. Nuestra indignación es patente. A pesar de todo, pasamos un par de 2 horas entretenidas con las recreaciones y haciéndonos fotos, además de descubrir la sala del Black Hole (un túnel con una pasarela que cambia tu perspectiva hasta hacer que casi te caigas y debas agarrarte a la pasarela). Aún así, a la salida, la sensación de timo persiste.

Sacándole partido a nuestros 30$.

Al salir, nos divertimos un rato jugando en Toy’srus. Recreamos Jurassic Park, nos fotografiamos con las construcciones lego, con un transformer y me quedo prendado de un muppet. Decidimos volver justo cuando el viento empieza a cambiar para convertirse en viento frío y desagradable. Gran puntería. Estamos buscando una hamburguesería que habíamos visto un par de días atrás y estaba marcada como una de las 10 mejores de NY. Tras hora y media caminando sin suerte, y decidir que la idea de una tortillería en Manhattan © sería un filón, nos rendimos y acabamos malcomiendo en un KFC junto al hotel. El día ha podido con nosotros. Mañana combatiremos con fuerzas renovadas.

Lunes 7 Junio: “El de la tradición”

Tras 10 horas de sueño, la alemana nos despierta como cada mañana dando zafarrancho de combate para meterse en la ducha. El móvil del koala suena 10 veces seguidas con una canción rap antes de que este se inmute y haga el más minimo gesto para apagarlo. Parece ser que se nos va hoy. De momento se ha sacado una plancha de no sé donde. Andrés duerme justo arriba… no sé si le hará mucha gracia. Vaya, la alemana ha cogido el secador. Andrés mira con recelo y se tapa con la sábana. Me va a costar abandonar esta ciudad.

Tras la previa en el Dunkin Donuts, el bus hacemos listas que hemos ido macerando durante todo el viaje. Al final podéis ver algunas de ellas. Nos dirigimos hacia el edificio de las Naciones Unidas. Las instalaciones de la ONU están bien, pero nos parece excesivo lo de pagar por un tour y más teniendo en cuenta el desembolso del día anterior. Vemos la entrada del Chrysler y luego ponemos rumbo a la Universidad de Columbia, Riverside Church y la tumba de Ulysses S. Grant. Nos encanta la tranquilidad del barrio. ¿Quién no querría volver a estudiar con un sitio así?.

Nos metemos a comer en un japonés donde se olvidan la comida de Andrés. El pobre esta muerto de hambre y mira el resto de platos con cierto deseo. El camarero nos explica algo que creemos entender pero no queremos entender: la comida de Andrés estaba mala y la estaban haciendo otra vez. Al final, descubrimos que lo que había pedido era arroz con pollo empanado (todo un manjar japonés para degustar con palillos) y lo que estaba malo (creemos) que era la salsa. A la salida volvemos al Midtown para una tarde de compras que apenas dura una tarde. Un tío intenta “regalarnos” un disco a cambio de una “contribución” para que pueda seguir grabando su música. Aróhome!!

Nuestro amado, aunque a todas luces desconcertante, Beauty Bar.

Tras dejar las cosas en el hostal, nos tomamos un respiro en la terraza y decidimos profundizar en la historia y el pasado del maravilloso East Village, nuestro barrio. Esto en cristiano significa que nos pillamos la guía y nos echamos a andar. Nos detenemos a ver un partido de béisbol callejero, descubriendo que no es tanto deporte como parece, y después nos colamos en una plaza habitada exclusivamente por mendigos. Paseamos junto a la cutrecasa de un mafioso y llegamos hasta St. Market Street, lugar de acogida de modernos y hippies y cuna de locales con infinidad de anécdotas que abarcan desde Yoko Ono haciendo performance hasta actuaciones de Iggy Pop o Velvet Underground. Después encontramos por fin la hamburguesería que se resistió ayer: Blue 9 Burguer. De nuevo alucinamos con las hamburguesas y su salsa de chile. Casi estamos tentados de repetir.

El siguiente paso es McSolerny Abe Pub, un local abierto desde 1854 que elabora su propia cerveza. Un chico en la puerta hablando por teléfono nos ve dubitativos y nos invita a pasar. Al pedir 2 cervezas a la camarera, esta nos pone 4 jarras. Intrigados, no dudamos en preguntar: “Why four”?; a lo que la camarera responde con un lapidario: “It’s traditional”. Ahí nos callamos y empezamos a beber. Nos echamos unas risas en el bar y por supuesto pedimos otra ronda. El ambiente es festivo para nuestra última noche pero el cuerpo no da para más. Nos despedimos del Beauty Bar, de Jacob el cual nos ha servido estupendas cervezas y ha recibido pocas propinas y enfilamos los 4 pisos de escaleras del Jazz on the Town. Intento realizar una excursión a la sala común la cual esta repleta y posteriormente a la terraza. La vista de noche sigue siendo impresionante…

Martes 8 Junio: “El del atasco en el JFK”

De nuevo los alemanes se ponen a madrugar. Yo termino mi maleta y apremio a Andrés para que se levante y podamos irnos rápido. Ayer por la noche descubrí que existe una tienda de la cadena HBO y quiero verla. La putada es que nuestro check out es a las 11, así que debemos estar de vuelta antes de esa hora para que no nos cobren de más. Al salir la tía del hostal nos mira con cara rara como diciendo: ¿A dónde coño os creéis que vais?.

Al llegar, Andrés esta comiendo un muffin y decidimos esperar. Son las 9:15. Al intentar abrir la puerta veo un cartel: Open 10:00 am. Menuda decepción. Hacemos tiempo por la zona comprando postales y a la hora volvemos. Veo la tienda en 10 minutos, dudo en comprarme miles de chuminadas y al final salimos pitando con las manos vacías para no llegar tarde al hostal.

Justo al salir conocemos a los españoles que habían llegado un par de días antes. Andrés se queda con el miedo en el cuerpo por un posible retraso del vuelo tal como les ha ocurrido a ellos a la ida. Para matar el tiempo antes de dirigirnos al aeropuerto decidimos volver al Blue 9 Burguer. Una hamburguesa por favor. 11 de la mañana. Saben riquísimas. De nuevo… a punto de repetir.

El camino al JFK esta lleno de paradas imprevistas y echamos nuestras 2 buenas horas para llegar. Tras dejar las maletas y darnos una cutretarjeta de embarque que ríete tú de la seguridad de los aeropuertos, pasamos el control y nos metemos en los duty free, donde un señor, al ver nuestros ojos como platos ante botellas de Jack Daniels gigantescas, se acerca a intentar vendérnoslas. Iluso. Tenemos los dientes largos pero los bolsillos vacíos. Pensamos en formas de deshacernos de las jodidas monedas. De nuevo pensamos en comer… ¿Qué nos pasa?. Pizza y nuggets.

Deliciosas Blue 9 burguers a las 11 de la mañana.

La larga espera la empleamos en rellenar postales y ver nuestros caretos en las fotos. ¡Anda, si esta jugando España! Empieza a romperse la burbuja del turista y a llegar el flujo de información desde el exterior. Cuando realizamos el embarque nos miran la tarjeta con un poco de asco y el pasaporte no tenemos ni que abrirlo. Como se nota que nos vamos… En el avión nos comunican que vamos con retraso, pero no nos importa. Andrés ha hecho una amiguita y se está hinchando de hablar inglés. Lo que no sé es si realmente quiere hablar inglés o es ella la que no lo deja. Yo me hago el dormido mientras pienso en la doble sesión de pelis que me espera. Algo del reino de los dientes y Guerra de Novias.

Continúa el tráfico de aviones en la pista de despegue y ya va para una hora. Esto parece el nudo de manoteras a las 8:30 de la mañana. Uno de los aviones desiste y se da la vuelta. Vemos a Mahoney (Loca Academia) haciendo prácticas del coche por en medio de la pista. Menudo atascazo se esta formando en le dichoso aeropuerto. Si lo llegamos a saber pedimos la tarde libre y nos vamos por la mañana (broma MGO).

Al despegar comienza la vuelta atrás a la realidad. Se han lucido con las peliculitas desde luego… menuda basura. Ni siquiera conseguimos dormir… al aterrizar solo hay nubes. Madrid esta gris para recibirnos. No podía ser de otra manera.

EPILOGO: “Jet Lag”

El jet lag se pasó durmiendo unas 5 o 6 horas al llegar a casa y descansar el resto del día. Las fotos calmaron las ganas de revivir muchos momentos. Y comentar las anécdotas con la gente es un ritual que también ayuda a mantener la sensación de estar allí. Pero supongo que como después de cada viaje… no seremos conscientes de lo que hemos pasado hasta olvidarnos de él y recordarlo cuando cualquiera de las bromas que hemos compartido aparezca de repente y sin previo aviso. Ha sido un gran viaje. No puedo añadir nada mejor.

Y hasta la próxima...




martes, 10 de agosto de 2010

Diario de a bordo: Nueva York (Parte II)

Viernes 4 Junio: “El del zumo de papaya

¿Qué jodido problema tienen estos chinos? Otra noche más, el aire acondicionado a toda leche, pero ese ya no es el problema. ¿Cuántas veces se han podido duchar en las apenas 5 horas que pasan en la habitación? ¿2 o 3? ¿Cada uno? ¡¡Si vais a sudar igual os duchéis una o 10 veces!! Desde las 5 de la mañana dando por saco hasta las 9 que se han largado… Por suerte nuestro koala sigue fiel a su filosofía y no molesta lo más mínimo. Ojalá todos fueran como él. Al despertar nos damos cuenta de que los chinos han desaparecido para no volver (sus maletas no estaban). Empezamos a sospechar de un Big Brother encubierto.

Pillamos un bus hasta la zona de Rockefeller Plaza. Visitamos St Patrick’s Catedral y alucinamos con las impresionantes vistas desde el Top of the Rock. Esos ascensores quiero yo para nuestro hostal. En la tienda de la NBC fichamos las camisetas de friends: “My name is Regina Fallanghe”, “Were on a break”, “How you doin?”. Además vemos a un actor famoso que no sabemos quién es, haciendo una entrevista. La tienda Nintendo nos decepciona un poco así que seguimos la ruta por el Radio Music City Hall, el Carnegie Hall y muchísimos más rascacielos de los que puedo recordar. Esta ciudad es inabarcable.

Broadway nos lleva hasta Central Park. Tengo a Andrés acojonado con la idea de alquilar unas bicis. Va a tener que aprender a marchas forzadas. Nos topamos con una tienda Apple y cual catetos nos hacemos fotos con los iPad. Have a nice day, guys!” nos suelta la chica de la puerta. Nuestra siguiente parada es reproducir en una foto el momento en el que John Mclane y Zeus cogen el teléfono de la cabina enfrente del mítico Gray’s Papaya. Nuestro frikismo es así… incontrolable. Lo mejor, el batido de papaya. Menudo descubrimiento. Después de comer seguimos hasta Central Park, fotografiamos el edificio Dakota y decidimos tumbarnos a descansar. Una hora en ese césped nos da la vida.

Al despertar, planteamos el plan de ataque para por la tarde, el cual incluye un bus que nos llevará en primer lugar al hostal. El chofer no está muy de acuerdo con ese plan y nos baja en Times Square con un incontestable “Last Stop guys”. Tomamos el metro y nos plantamos en el edificio Flatiron donde Andrés comienza sus lecciones de fotografía. Después asistimos a una sesión de capoeira en Union Square antes de llegar al hostal, ducharnos y enfilar Greenwich Village para comenzar la noche.

Impresionante el Flatiron Building. Estudiadísima la pose.

Nos encaminamos hasta Corner Bistro a comernos una de las consideradas mejores hamburguesas de NY. Y efectivamente, está cojonuda. Incluso tenemos espontáneos en la comida que posan en nuestras fotos. Después nos dirigimos a Smalls, un pequeño club de Jazz que nos hace flipar con el primer grupo y nos duerme con el segundo y sus altos costes en las cervezas. Pero aún así, conocemos a una artista japonesa que realiza retratos de la banda. Al salir, encontramos por casualidad un establecimiento Papaya Dog. Andrés y yo nos miramos y no dudamos. Otro zumo al canto. “No hot dogs? No hot dogs”.

Volvemos al Beauty Bar donde ya nos sentimos como en casa. Pero la sorpresa a la entrada es de las de fotografiar. Gran parte de la clientela vestida a la moda de los años 50, con los tocados y tres grandes mesas en el centro del bar donde se hacía la manicura a los clientes. Un doble de Jacob nos sirve nuestras cervezas mientras nosotros seguimos alucinando. En la sala de baile nos encontramos con un ambiente inmejorable. Una mujer nos ficha y claramente busca pillar, así que se nos planta justo al lado a bailar pero sin mediar palabra. Como durante 10 minutos no le hacemos caso comienza a mirar hacía los lados. Justo detrás, un tío hace el pino puente y la mujer se pone a bailar con él. Lástima que este, solo quisiera bailar. Al final nuestra joven protagonista ligará con un fornido señor de color por el cual suspiraba medio bar. Nosotros estamos descojonados viendo bailar a las peores gogos de la historia de las gogos. La noche se redondea con Paco Umbral bailando y Benny Hill con rizos… como para apuntarlo todo.

Al volver comprobamos que, por supuesto, tenemos nuevos compañeros de habitación. ¿Cuánto durarán esta vez?.

Zumo de papaya. Puro vicio.

Sábado 5 Junio: “El del Bar Coyote”

Al despertar, el resfriado esta en pleno apogeo. Para combatirlo decido desayunar un Hot Chocolat. Error. Pleno mes de Junio. 25ºC. Humedad relativa: 90%. ¿A que coño estoy jugando?.

El día comienza de nuevo con el trayecto en autobús hasta Central Park. Nos colamos en la juguetería donde esta el gran piano de Big (por supuesto, no pierdo la oportunidad de hacer el chorra e intentar tocar algo… dado mis conocimientos de música y la enorme cantidad de niños a mi alrededor pisándome las notas… la empresa no podía ir bien). Después nos colamos dentro de la Apple Store para tener nuestro único contacto con internet y verificar que nuestros pasaportes seguirán siendo de utilidad a la vuelta y el país no se ha venido abajo. De todos modos nos lo estamos pasando pipa, así que poco nos importaría.

En Central Park vemos que acaba de terminar una maratón. Compramos un mapa he intentamos buscar todos los sitios que indica, pero es casi misión imposible. La gran decepción es la fuente de Bethesda la cual esta rodeada por andamios. Allí un loco vestido de Dumbledore ve mi cara compungida e intenta animarme contándome la historia de la fuente. Después se acerca Andrés, el cual ya va sin camiseta, y el loco se pone a hablar de los abdominales de mi amigo y que esta muy bien y más cosas que no quise/supe entender. Le propongo a Andrés una vueltecita en barca pero no esta por la labor. Ni bicis ni barco… este chico no me complace en absoluto. La estatua de Alicia es muy bonita, pero viene con los niños de serie para las fotos. Nunca esta sola. De hecho el creador la concibió con un par de renacuajos ya encima.

Seguimos paseándonos y perdiéndonos hasta que el hambre llama con voz de pizza. Salimos del parque para encontrarnos con Ray’s Pizza, al más puro estilo americano. Aunque Andrés insiste en pedir la de 20”, al final accede a pedir una de 16” y nuestros estómagos lo agradecen. En la espera vemos la persecución de un ratón en la cocina del local. Que fácil es mirar para otro lado cuando estás tan hambriento. Acabamos saciados y hasta arriba de salsa barbacoa.

Nos acercamos al museo de ciencias, el cual nos parece interesante en su presentación (velocirraptores!!) pero desmotivador en el precio. Nos echamos un par de fotos con los dos ejemplares de dinosaurios que tienen colocados en la entrada y seguimos nuestro camino hasta la prometida siesta en Central Park. Buenas noches Andrés. Buenas noches Manuel.

Menuda siesta nos esperaba después de esa ingente cantidad de pizza.

Nos levantamos cansados debido a el asfixiante calor pero con el deber cumplido. Decidimos visitar Harlem esa tarde. El chofer del autobús se interesa por mi camiseta señalando si Stewie es el hijo de Homer. Tengo que explicarle su error ante mi propio asombro de estar comentando estas cosas tan tranquilamente en medio de Nueva York.

Nos paseamos por las bulliciosas calles de Harlem donde incluso nos confunden con habitantes del barrio (¿¿??) y se nos acercan a preguntarnos por alguna calle. No entendemos nada (ya sabéis, sonidos guturales), así que seguimos adelante. Fotografiamos el teatro Apollo, vimos una boda en plena calle, nos acercamos a un parque repleto de las típicas barbacoas, cumpleaños… de lo más auténtico hasta ahora. Subimos la calle (por 1º vez) hasta llegar a St. John’s Divine Catedral. La estatua justo a la derecha y la catedral en sí son impresionantes. Tomamos un bus que en una horita nos planta en Times Square. Sencillisimo. ¡Coño, otro papaya! Esta vez, strawerry & banana… and no hot dogs, please!. No importa el sabor, siguen estando riquísimos.

Al pasar por delante del museo Believe it or not!, nos llama la atención su fachada y nos intriga que puede contener. Lo fichamos para otro día y seguimos hasta que Andrés se topa con Johnny Depp y Mumbrú. Lo mismo. Después llegamos a una megatienda de comics en la 7th Av. (Midtown Comics) y apunto estamos de llevarnos un G.I. Joe de recuerdo.

Para rematar la tarde, decidimos tomarnos una foto en la base del Empire State Building. Estando allí pensamos: “vamos a ver la entrada”. Una vez en la entrada pensamos de nuevo: “vamos a ver los precios”. Una vez pasado el control y esperado 3 colas… la decisión de subir o no ya no nos pertenecía. El caso es que dos ascensores y 6 escaleras después, NY estaba iluminada por completo y nosotros a 86 pisos de altura. En el control de nuevo mención a mi camiseta (“I like your shirt me suelta una de seguridad) y una vez arriba, gran desvarío calculando la posibilidad de muerte por impacto de cámara desde aquella altura. Andrés empieza a dar signos preocupantes de adicción al zumo. El momento de una niña abrazando a su padre y Andrés gritando “Papaya” no tiene precio.

Hemos conservado los room mates… por fin. Arquitectos de Munich… más majos!!! Y el piso se hace fuerte con la llegada de españoles a la habitación de al lado. Resaltar que Andrés por primera vez en todo el viaje se salta una comida. La pizza todavía esta en su mente.

En nuestro camino en busca de nuevos bares nos topamos con el Coyote Ugly. Calcado a la peli, una gran barra de madera y todo el bar decorado de leyendas rock y sujetadores. Las tres camareras se alternan para subirse a bailar a la barra y animar el ambiente. Después, una despedida de soltera al completo recogería el testigo encima de la barra. Aparte quedaría el capítulo en el que una camarera procede a servir chupitos desde su boca a un ingenuo individuo que recibiría después varios latigazos con su propio cinturón. Todo muy light.

Tras dos copas nos encaminamos hacia el Arlene’s Grocery. Allí, un loco de azul se acerca a Andrés y comienza a gritarle cosas ininteligibles. Tanto empeño pone, que nuestra curiosidad lo acompaña hasta la puerta de al lado donde descubrimos un concierto de un grupo punk-rock del que el tío de azul es manager. Al entrar nos regala el CD. Al felicitarle vuelve a quedarse con nosotros y esta vez me habla a mí. La sonrisa de Andrés corresponde a su certeza de que no me estaba enterando de nada. Pero el hombre tan contento…

Al salir huyendo para que no nos viera, nos quedamos por la zona y vamos probando bares. Uno con Julio Iglesias en los cuadros y otro en un sótano con poquita seguridad y black black black… vamos, que no se ve un carajo. El típico bar donde una pierde las bragas y no se ha enterado. El momento “sniff this” y un ambiente quizá un pelín desfasado hace que salgamos echando leches. Derrotados, volvemos a casa haciendo una visita al Beauty Bar y retomando un bocata de albóndigas que teníamos guardado para disfrutarlo en la terraza del hostel junto a los alemanes. ¡Que noches depara NY!.

Rockefeller Plaza. De nuevo... un robado (jijiji).

lunes, 9 de agosto de 2010

Diario de a bordo: Nueva York (Parte I)

De nuevo retomo la sección de Diarios de a bordo para contaros una de mis últimas excursiones. Un buen día, tras deliberaciones breves pero intensas, Andrés y yo nos liamos la manta a la cabeza y decidimos poner rumbo a la ciudad de los rascacielos en una intensa semana de vacaciones del mes de Junio. La historia de como llegamos a tan prematura decisión y todo lo que aconteció hasta nuestra marcha es objeto de otro diario / análisis aparte. Algún día quizá, pueda ver la luz. Hasta entonces, os dejo con la primera de las 3 entregas de nuestra semana en la Gran Manzana. Enjoy it!!

Andrés y yo. Efectivamente... llegamos a New York.


Miércoles 2 Junio: “El de la casi pérdida del pasaporte de Manu”

Son las 6:00 de la mañana. Dolor de oído y de garganta. Cojonudo. Empezamos el viaje a pastillas de ibuprofeno.

Tras un ligero despiste en la planta de encuentro, Andrés y yo nos encontramos (somnolientos al menos) y nos disponemos a realizar la facturación. En la cola, un representante de American Airlines nos somete a un exhaustivo interrogatorio a cada uno. Esto promete. Andrés sostiene que deberían incluir preguntas tipo: “¿Ha comido usted nocilla con morcilla? ¿Ha combinado alguna vez camisa naranja y pantalón celeste?. En ese caso puede volar pero con la etiquete de bicho raro en la cara”.

A las 8:31 de la mañana mientras desayunamos, un Jack Daniels viene a la mente de Andrés. Quizá vamos demasiado rápido. En el avión nos dan aperitivo y almuerzo continental. La putada es que todo lo sirven antes de las 11:30. No sé porque, pero creo que el resto del vuelo vamos a pasar hambre. Estamos ahorrando la última galleta. Al menos hemos visto a nuestra primera celebridad, el magnate John Hammond.

Una vez aterrizado el avión, el interminable camino hasta nuestro hostel tiene varias etapas. La primera de ellas ocurre cuando sufro un ataque de pánico en la misma cola para pasar la aduana al no encontrar mi pasaporte. Durante 2 minutos pensé en que me volvía, en que dormiría 7 días en el aeropuerto cual Tom Hanks en la terminal, en que tendría que hacer todas las fotos de aviones y tiendas de duty free… Por suerte apareció y el trámite de las preguntas fue pan comido.

En el metro hacia Manhattan nos saltamos la parada en la que debíamos hacer trasbordo. Solitarios, cargados de maletas y perdidos en una inhóspita estación de metro, ahora el que sufre en silencio es Andrés. Una vez reubicados, llegamos a la estación con más negros por metro cuadrado que hayamos pisado nunca. Y la putada es que no podemos preguntar porque todo parecen sonidos guturales para nosotros. No entendemos nada.

Casi rozando las 3 de la tarde (hora que pusimos de llegada), nos plantamos en el hostel. La verdad es que los cuatro pisos de escaleras abombadas que nos toca subir no presagian nada bueno. De nuevo viene a nosotros la imagen de John Hammond y su famosa frase: “No hemos reparado en gastos”. Al menos las ratas solo las hemos visto en el metro.

Quizá a las 2 de la mañana para nosotros pero las 8 de la tarde para los neoyorquinos, decir que nuestro día ha sido largo esté de más. Pero es que ha largísimo. Después de comprobar como el Mcdonalds sigue siendo igual de caro al otro lado del atlántico, decidimos dar un paseo por Union Square para subir luego por Park Avenue. Nuestras caras iban expresando perfectamente en cada cruce la fascinación por la cantidad de rascacielos que nos rodeaba. Tomamos un abarrotado metro para descubrir Central Station desde dentro. Al salir tomamos la calle 42 a mano izquierda para contemplar el Edificio Chrysler y continuación poner rumbo a la Biblioteca Pública de New York y sus impresionantes salas. A la salida, nos tomamos un descanso en el precioso Bryant Park solo para descubrir que ya no podemos más. Apenas hablamos. Aún así, cual zombies, confirmamos nuestro estado adentrándonos en Times Square, desde ese momento, lo más impresionante que mis cansados ojos habían presenciado. Todavía nos daría tiempo de bailar a los Jackson 5 en las 3 plantas de la M&Ms Store antes de volver a nuestro Hell’s Hotel particular. Necesitábamos una ducha… debíamos aguantar un par de horas más antes de acostarnos.

Sin dudarlo, decidimos que lo mejor sería darnos un paseo por “nuestro barrio”, el East Village, el cual nos sorprendió con su gran ambiente, lleno de restaurantes, bares y abarrotado. Incluso nos encontramos en medio de un rodaje en plena calle, donde una vez más comprobamos el carácter alegre de los neoyorquinos. De lo que nos pesaban las piernas en el camino a casa podría escribir descripciones que optarían al Premio Planeta.

Jueves 3 Junio: “El del paseo por Brooklyn”

El infierno de noche que nos depararon nuestro “room mates” no tiene desperdicio. Eran tres norteamericanos que llegaron a las 2 de la mañana borrachos, haciéndose bromas con el móvil, riéndose las estúpidas gracias sobre pedos y poniendo el aire acondicionado al máximo. Yo, que dormía con el aire en los pies… no me lo tomé demasiado bien. Así que a las primeras de cambio les apagué el aire. Al principio, desconcertados, hablaban y reían por ver quién lo encendía otra vez. Esta secuencia se repetiría hasta 3 veces a lo largo de la noche. En algún momento se coscaron que me estaba haciendo el dormido. “Fucking European People”. Menos mal que se fueron para nunca más volver dejándonos con un único compañero. Un negro que solo dormía. A todas horas dormía. Por eso, desde el primer día, se convirtió en “El koala”.

El momento del desayuno nos deparó a Andrés pidiendo un muffin a un dependiente mientras este le soltaba un impagable “¿Se te ha olvidado el español?”. Al montarnos en el bus nos sentimos medio neoyorquinos, medio madrileños con un chofer que alegremente tocaba la bocina en todos los cruces. No sabemos si por precaución o por alegría. Flipamos con la paciencia y el magnífico servicio que se presta en los autobuses a los minusválidos.

En Battery Park hacemos media hora de cola para montar al tour de la estatua de la libertad y la isla de Ellis. Las audio guías en español no paran de repetir que son de vuelta y que por favor las depositemos en la salida de los recintos antes de montarnos en el barco. Me pregunto si en el resto de idiomas lo dice tan a menudo. Definitivamente perdemos toda nuestra picaresca andaluza dejando que nos adelanten en cada cola. Aunque hacía al final de la mañana parezca que empezamos a recuperarla… casi de forma paralela a la aparición del gusanillo del hambre. En el mismo parque donde tomamos el ferry, nos encontramos a con 4 negros cuadradísimos dando saltos sobre niños mientras otro toca la batería. Deberían pensar en poner esa pregunta en el cuestionario de inmigración.

Puede parecer pequeña... pero os aseguro que no lo es en absoluto.

La ruta sigue por Broadway hasta el Charging Bull y nuestro primer Hot dog frente a Trinity Church. Lo que sigue es edificio tras edificio, a cada cual provocando peor dolor de cuello y mandíbulas más desencajadas: La Bolsa, Federal may, Federal Reserve, Trump Toser… Junto al TWC (o la concentración de grúas en lo que se ha convertido), Andrés prueba el típico “Chicken with spice rice” de los puestos ambulantes. Como auténticos ejecutivos nos sentamos a comer en una plaza donde incluso hay tiempo para una cabeza y un momento de relax en medio del ruido.

La caminata de por la tarde se inicia ignorando la importancia del edificio Century 21. Después callejeamos hasta el City Hall mientras vemos 1500 edificios reseñables más y llegamos al comienzo de Brooklyn Bridge, el cual cruzamos con esfuerzo y asombro a partes iguales. Porque para nada nos estábamos deshidratando. Además, vamos reconociendo compañeros de viaje: los chinos que nos hicieron una foto en Liberty Island, el español que reconocimos como tal al verlo subido en la estatua de George Washington gritando “Killo, ¿he salio?”, etc.

En Brooklyn buscamos una parada de metro en un largo paseo de una hora por zonas residenciales donde las miradas desde las canchas de baloncesto anexas eran cada vez más evidentes. Andrés confiaba plenamente en sus recuerdos del plano pero tras pasearnos 3 veces la misma calle y sufrir todos los grados centígrados que existen, nos replanteamos nuestra estrategia y volvemos por donde hemos venido hasta dar con el mapa en la pared y por consiguiente, la boca de metro.

Al volver al hostal se hace necesaria una siesta. Tanto, que nos quedamos dormidos y llegamos tarde a la cita con Manuela, la cual nos había invitado a una barbacoa en su casa. Desde aquí nuestro agradecimiento por una tarde – noche tan agradable. Allí Ben nos ofrece lo que el cataloga como “melondía”. Al volver a casa, vemos cerca un local con buena pinta y entramos: “ID gentlemans”. Todo el pub es una peluquería años 50. Y dentro, un ambiente festivo – moderno – desfasado. Pero la música es rock and roll del bueno e incluso nos animamos a bailar. Es el momento en el que “Beauty Bar” entra por primera vez en nuestras vidas. Eso sí, hemos pasado definitivamente de las propinas. Una mala mirada es soportable… y barata.

De vuelta al hotel vemos suecas rubias en la puerta de nuestra habitación y nuestros ojos se agrandan como platos. Parece que ya no tenemos tanto sueño. Lástima que al entrar en el cuarto, el panorama sea otro. Un chino dormido, otro con su portátil y otro tío en el baño. Al quedarme dormido las luces siguen encendidas. Menuda segunda noche nos espera.

La impresionante Times Square, la cual descubrimos a paso de zombies.

viernes, 6 de agosto de 2010

Si me dicen que caí


Una vez enfilé a la carrera una cuesta abajo con varias copas de más. A todas luces temerario. Y por supuesto me caí. Quizá fue el convencimiento, la efusiva energía que desprendía o simplemente la inercia, pero tras dos volteretas volví a ponerme de pie y seguí corriendo. Y aunque las heridas me acompañarían más días, es una caída divertida de la que tengo buen recuerdo y no me arrepiento.

Otro día salí de fiesta con dos chicas. Y de nuevo en condiciones adversas, subí a borricate a una de ellas y empecé a girar. La ostia de nuevo fue importante y aunque yo había hecho de colchón, nada me dolió hasta asegurarme de que ella estaba bien. Y no se me ha quitado la marca del brazo. Ni la punzada cada vez que ella me lo recuerda. Supongo que es una cicatriz necesaria para no olvidar ciertas tonterías.

Últimamente me lanzo mucho al vacío. Allí donde dicen que hay agua y tú solo ves oscuridad. Pero no importa porque sé que no mienten, que tengo todas las de ganar. Y que las heridas en caso contrario, van a sanar. No me importa caerme. No me importa hacerme daño. La vida te empuja a levantarte, a recuperarte. Pero tengo que sentirme con la suficiente fuerza para ello. Y ahora me siento así. Lo único que me asusta es la inconsciencia de a quién arrastro en mis caídas. No soportaría volver hacerle daño a alguien. Es una balanza muy delicada. Pero estoy dispuesto a arriesgar. Siempre con cuidado pero con pulso firme.

Cometo errores a diario. Los estoy viendo pasar. Los analizo por la noche. Los guardo al dormirme. Y los recuerdo en la siguiente piedra. Pero a pesar de encontrarme en un camino sin asfaltar, me apetece seguir y seguir… hablaban mis amigas de visualizar y focalizar… y yo que siempre había pensado que la panorámica es mucho más sana para no perderte nada.

Tengo un carácter torpe. Y tengo un espíritu alegre.
Gracias a dios que se complementan.