martes, 27 de julio de 2010

Abriendo frascos



Tengo cantidad de frascos de amor guardados a mi alrededor. Supongo que lo fácil es romperlos todos el mismo día de la consiguiente decepción. O meterlos en cajas y olvidarlos en el trastero. De vez en cuando, la inconsciente rutina hace que abra alguno y me sorprenda con lo que todavía guarda dentro. Es entonces cuando no tengo más remedio que vaciarlo y lavar el frasco. Incluso, a veces, cambiar la etiqueta.

¿Cuánto duran los ecos de una ruptura? ¿Cuánto se propagan en el tiempo las consecuencias? Quizá sea verdad que dos ondas se anulan mutuamente, pero nunca he sido una persona fácil a la hora de encariñarme. Y no quiero desaprovechar cualquier impulso que sea lo suficientemente fuerte como para dejarme hipnotizado durante un buen rato. Al fin y al cabo, todos merecemos nuestras propias ondas y que sean apreciadas en un día tranquilo y no siendo insignificantes en medio de una tormenta.

Están cayendo piedras a mi alrededor que me tienen descontrolado, descolocado, desubicado. Estoy sentado en un embarcadero con tantas ganas de tirarme al agua que me sorprende, sintiéndome yo el mismo gato que huía de la orilla en las playas. En resumidas cuentas, aquí solo hablo de unas horas de lo que están siendo estos meses. Hablo de apuntes dentro de una biblioteca. De una mueca en una conversación de horas. Pero tengo que hacer que mis mordiscos de realidad sean significativos. Que despierten mi curiosidad. La que de forma aletargada no me dejaba escribir.

Para que no me importe tanto romper algunos frascos a la vez. O darme un remojón de vez en cuando. O arriesgarme a que una onda pueda provocar música tan fuerte que tenga que comprar frascos nuevos.

lunes, 26 de julio de 2010

El sueño del irresponsable


Tengo esa maravillosa sensación de sueño del irresponsable que va a clase y se queda dormido. Quizá sea la canción, quizá la pantalla. Pero ahora mismo me estoy transportando a Manchester y a sus frías mañanas. Esas en las que me levantaba sin problemas y paseaba con mi música hasta la primera de las 3 clases que solía tener al día. A las 11 podía estar de vuelta en casa… y podría dormir otra vez. En clase pensaba en eso entre foco y foco de atención. Algunos días la ilusión me podía y entonces y no había más sueño que el que concedía a la noche siguiente. Me ponía a contestar mails que esperaba como agua de mayo con noticias desde el sur. Y después planeaba las horas que restaban. Paso a paso. Sabiendo que no era necesario cortarse puesto que al día siguiente no había compromiso ninguno que me impidiera disfrutar de esa maravillosa sensación de sueño. El sueño del irresponsable.

(23 Julio. 8:30 am)

martes, 13 de julio de 2010

Roto


He roto mi cámara. No ha sido de forma consciente. Simplemente tenté a la suerte muchas veces y en esta última me abandonó. Así que he dejado de echar fotos.

He vuelto a Madrid con tantas cosas rotas. He roto con una adicción, casi enfermiza, donde nunca tomaba partido y me dejaba estar. He roto con una ilusión… aunque queden ascuas que puedan seguir quemando un bosque… pero he tenido que dejar de soplar. He roto con una duda haciéndola realidad. Y me he sentido más tranquilo y seguro que nunca. He roto con algunos de mis principios y eso ha truncado mi rumbo. He roto estúpidamente una promesa. Unas cuantas si me pongo a pensarlo bien.

Recorrer 600 Km. tiene un efecto inmediato en la resolución de conflictos. Pero deja un poso con sabor a huida difícil de digerir. Y lo tuve a la ida. Y lo tengo a la vuelta. A pesar incluso de no ser los mismos problemas, de moverme entre dos mundos distintos, de no mezclar curvas con rectas. Todo al final interacciona en algún punto.

He roto mi rutina tal como esperaba. Pero inconscientemente me veo reparándola con parches. He roto mi cadera, mi aspecto y mi escurridizo color blanco. Y aún así siento que solo es maquillaje.

Es inabarcable el paso del tiempo con tantas direcciones que tomar. Es inconcebible el estar tranquilo ante una decisión así. Es imperativo el romper algo más. La cuerda deshilachada de mi cintura, la venda gastada de mis ojos, las cadenas corroídas que algún día coloqué en mis manos.

Siento que empiezo a deconstruirme. Y que las partes no van a encajar nunca más tal como estaban. Solo los bordes atados fuertemente, la sólida base de la que jamás seré capaz de desprenderme y algunos trozos especialmente maleables que puedo usar de comodín.

He roto mi cámara y siento que ya no soy capaz de echar fotos. Todavía no sé con que ojos estoy mirando al objetivo.


viernes, 2 de julio de 2010

Transformación


Se eriza el vello en mis brazos.
Se me escapa el aire en cada salto.
Se nubla mi vista con los días claros.

Mi corazón bombea más lento de lo habitual.
Precisamente cuando mi cerebro le ordena lo contrario.

He dejado crecer mis escrúpulos y ahora los veo caer por su propio peso.
Y me estoy quedando huérfano de apoyos.

Vago por las calles y los días. Y siento agudizado mi habitualmente inoperable sentido del olfato. Muerdo y disfruto. Pero me levanto desnudo en medio de los parques y el desconocimiento es más doloroso que las heridas que voy luciendo.

La rabia sigue siendo muda. Pero ahora siendo sonámbulo, hay momentos en los que no puedo responder por ella. Incluso diría que me esta creciendo el pelo más rápido de lo que puedo recordar.

Pienso en dejarme ir y no luchar más.
Pero me aterra que esto sea permanente.

Me aterra no reconocerme en el espejo las pocas ocasiones que soy capaz de mirar.

Me aterra lastimar a alguien.

Y sobretodo... me aterra que el efecto de la luna llena no sea capaz de contenerme.