domingo, 2 de agosto de 2009

Paciencia


Veo un ceda el paso.

Estoy en la romántica hora de la medianoche, en una excesiva y lunática escena sobreactuada, mirando por la ventana de mi cuarto hacia una calle vacía. Pero he tenido un momento de verdad. Uno de realidad. Esa que me hace querer escribir. Que hace que me quiera conocer y no pasar de todo.

No me importa nada.

- Manu, ¿estás bien?.
- Si... supongo.

Lo he pensado muchas veces desde que una noche, un amigo lo gritó en palabras y yo me enojé casi por última vez.

No me importa mi trabajo. A veces me gusta. A veces no. Lo desprecio y lo estimo al 50%. ¿A quién gano siendo neutral? Que más da lo que como si no hay gramos de más ni de menos. ¿De que sirve ver el tenis cuando solo miramos la red?.

El lado positivo de las cosas tiene una sombra negativa a la cual nunca hago caso. Es la indiferencia. La desgana. El previsible e indeseado desprecio.
No por supuesto a la vida. Siempre que se le ven los dientes al lobo uno clama por su salud.
Ni al amor. Siempre que ella sonríe, me enamoro una vez más sin ser consciente de ello.
Y por supuesto no al desprecio por la amistad. Es mi fuente de la eterna juventud. Mi felicidad dependiente.

Me preocupa no tener nada más en mis entrañas. Algo más para mi. Ser tan poco avaricioso (¿o quizás es al contrario?).

Porque me da igual quien me muerda. Quien me tosa o quien me empuje. Me da igual el destino o el dinero. Me da igual el sol o la lluvia. Nada tiene valor ni importancia si los importantes siguen conmigo. Y eso me asusta. Por ser tan grande. Desmesurado. Por no tener límites de velocidad. Ni fronteras. Por ser un hipocondríaco despreocupado.

Desprecio las normas de una calle silenciosa. Porque en mi interior, no soy capaz de entenderlas.

Me pregunto cuanto durará la paciencia.